Renovada por completo tras la guerra, Tokio se ha inventado a sí misma. Los edificios de platino inmensos e impecables y las autovías que cruzan la ciudad a varios niveles son la alegoría de la ciudad del futuro, un monstruo gigante en el que todos pueden perderse o alcanzar la gloria.
Nadie es raro en Tokio, nadie te juzgará por tu apariencia o tu secretas aficiones, es una intromisión demasiado grande en Japón. Los japoneses son tímidos, hospitalarios y respetuosos, pedir perdón y saludar es normalmente lo mismo.
Encontrar tu destino en el remolino de vidas de Tokio es el mayor de los desafíos. Para ello, los tokiotas se despiertan cada mañana y toman la determinación de hacer todo con la mayor de las dedicaciones. Como dijo Borges: cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en el que el hombre sabe para siempre quién es. Ese instante es el que millones buscan en esta ciudad. En Harajuku las tribus se congregan, grupos homogéneos a los que poder atarse. Para diferenciarse los unos de los otros, eligen su uniforme: hip hop, goticos, muñecas...Dan color a Tokio.
Por la noche, los cuervos de Tokio dejan de graznar; las luces de los letreros luminosos y las pantallas ayudan a que se asiente la sensación de encontrarse en el futuro. Disfraces, peinados irreverentes y una sucesión de modelos de una originalidad inédita se cruzan a tu paso. Mientras, sobret tu cabeza traquetean trenes, metros, coches, taxis de colores y vuela la afilada balncura del Shinkansen (el tren bala). Música, grandes imágenes de mujeres-anuncio y el ruido completan la escena.
Tokio esta llena de refugios; para tímidos trabajadores de oficina, adolescentes enamorados del Anime, compradores compulsivos...pero también para gente cansada del ritmo frenético de las calles. Existen locales de jazz, oscuros y escondidos en callejones, en los que una atmósfera Beatnik y brumosa ayuda a sumergirse en un mundo de ensoñaciones y relajación. A estos bares la gente va sola, se sienta, enciende un cigarillo, cierra los ojos y deja que su cuello siga el ritmo de John Coltrane, deseando encontrase en otro lugar, lejos del masificado Tokio, lejos de la Metrópolis, un lugar desconocido que ni si quiera existe o que se comió el pasado. 

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