Tuesday, December 2, 2008

Wednesday, November 26, 2008

EL ARTE DE LLAMAR LA ATENCIÓN

Los coreanos tienen maneras muy peculiares de llamar la atención, ya sea para protestar por alguna causa, para promocionar un producto o por alguna campaña de sensibilización social. No han sido escasas las apariciones de este tipo, como el día que me encontré en un cruce a los simpatizantes del partido gobernante bailando una coreografía de lo más marchosa para atraer el voto. O como aquel soleado día que estreché la mano y crucé algunas palabras con el recién electo presidente de la Asamblea Nacional, que saludaba a los viandantes vestido de héroe guerrero coreano.  En la prensa local he encontrado algunos ejemplos de este surrealista modo de atraer la  atención.

Estos señores, que parecen estar sacándose los "paluegos" después de almorzar, son la plana mayor del Woori Bank, uno de los bancos más grandes de Corea, haciendo campaña por la satisfacción de sus clientes. Sonrrían señores.


Estos otros cachondos son unos funcionarios intentando convecer a sus conciudadanos para que vistan calzoncillos largos en invierno y así ahorrar combustible y evitar el calentamiento global.


En esta foto podemos ver a cuatro jueces respetadísimos, poniéndose en huelga frente a unos juzgados para que se aceleré el procesamiento de un político por soborno. Ahí están, pidiendo unas pizzas para la larga y fría noche que se les avecina.


Eso sí, de todas las formas coreanas de llamar la atención yo me quedo con una. La de las chicas de promoción de novedades en electrónica, que siempres aparecen en la prensa luciéndo palmito y con la marca tatuada en las más sugerentes partes de su cuerpo....las chicas Samsung son las mejores.

Friday, November 7, 2008

TURISMO EN TIERRA DE NADIE


Viajar es lanzarse a lo desconocido, a la incertidumbre de qué será lo que realmente descubriremos fuera de las líneas de esa guía que tenemos en nuestras manos. Pero en realidad la mayor parte de nuestro recorrido forma parte de una ruta planeada que muchos han andado ya y que, dinero mediante, se convierte en la forma más eficaz de meterse ese país en el bolsillo con los pocos días de que disponemos. 

No obstante, fuera de los límites de esa ruta y esas tablas de horarios, hay mucho más, algo que en esas dos semanas no nos dará tiempo a descubrir. Son las sombras de niños que se mueven al borde de las plantaciones de palmera y miran curiosos el coche veloz que nos lleva a ese enclave donde se concentran hombres y mujeres de tez blanca y cabellos rubios. 

El extremo oriental de Borneo es un destino turístico minoritario, sólo frecuentado por buceadores más o menos expertos. La parte malaya de la isla es un vergel sofocante deslucido por monótonas plantaciones de palmera para aceite. Semporna es una de las ciudades más orientales de la isla. La mezquita es el único edificio con un mínimo interés. Las niñas enfundadas en sus velos negros pasan sonrriéntes por entre los turistas, mientras que la lonja a nuestro lado hierve en una actividad frenética. 

De repente, tras el ya normal trasiego de coches con las banderitas de Malasia, aparece una furgoneta con cuatro hombre armados con fusiles. En ese momento recordamos lo que dice la guía: "En 2001, 20 personas, entre ellos varios turistas, fueron secuestrados por Abu Sayaf en Sipadam". Precisamente, la isla a la que tenemos pensado dirigirnos. Pero por el momento, no hay de que preocuparse. Vamos a nuestro hotel, buscamos nuestro club de buceadores y nos cenamos un pescado que hace poco nadaba cerca de nuestro palafito. 

Semporna, en la provincia de Sabah, es un pueblo de pescadores que viven sobre el mar. Sus barracas de madera y chapa se raciman a la orilla somera del Mar de las Célebes. Las aguas turquesas de la ciudad están plagadas de barcos muertos o agonizantes. Cerca de estos esqueletos de dinosaurios de madera, nadan los niños de Semporna; ellas, con velo, chapotean en las cálidas aguas de la bahía.

A la mañana siguiente cuando salimos al mar en busca de arrecifes, nos cruzamos con las pocas lanchas que llevan a los buceadores a sus puntos de inmersión. A veces aparece alguna fueraborda militar cargando ametralladoras y personal, pero lo más común son a las típicas piraguas monoplaza a motor de los habitantes de Semporna. 

Nosotros vamos a Sibuan, la isla de los niños. La isla es una almendra de arena blanca y escasas palmeras que se eleva unos metros del mar. Los habitantes, según nos contó luego una turista preguntona, eran inmigrantes filipinos del cercano archipiélago de Sulu. Los moradores de Sibuan viven es cabañas hechas con hojas de palmeras, aunque frente a ellos flota siempre su barco-casa en el que ondean banderas de vivos colores. Las niñas visten largas faldas y cubren su rostro con una arcilla blanca que las protege del sol. Es como ir 100 años atrás, lo único que nos une al presente son los utensilios de plástico y los buceadores, que se han convertido en una atracción para los niños que por un dólar suben a una palmera para brindarte un coco.

La última isla que visitamos fue Mantabuan una aunténtica isla desierta para Robinson Crusoe. Normalmente nadie se aventura a adentrarse en la isla, la playa es la zona más segura y nunca pasábamos más de 45 minutos en aquellos islotes, cercanos al territorio autónomo de Mindanao,  donde campan a sus anchas Abu Sayaf y el Frente Moro de Liberación. A veces nuestro instructor lo comentaba de pasada: somos muy pocos extranjeros aquí y no sería la primera vez que los secuestran para pedir un rescate. Nadie dice nada, nadie lo toma realmente en serio, este lugar es un paraiso. Isla adentro, destrás de la segunda línea de palmeras, un retén militar malayo nos observa tras sacos de arena, tampoco dicen nada, pero sigen apuntando con sus armas hacia el arrecife.



Saturday, November 1, 2008

Thursday, October 9, 2008

¿QUIÉN DIJO CRISIS?

La evolución del tipo de cambio de Euro a Won sigue al alza a pesar de la crisis económica mundial, incluso después de que la moneda europea se haya abaratado frente al dólar. Si el Euro cae el Won lo hace más rápido. Ahora el dinero español en Corea cunde un 80% más que hace un año.

Tuesday, October 7, 2008

ACTRICES SUICIDAS

La semana pasada murió en un aparente suicidio la actriz Choi Jin Sil, a los 39 años de edad. La súbita muerte de esta famosa protagonista de telenovelas y show televisivos en Corea se ha convertido en una tragedia nacional que ha conmovido a toda la opinión pública. Dicen que Choi no pudo soportar la presión debido a los rumores que circulaban sobre su relación indirecta con el suicidio de otro conocido actor dos semanas antes por problemas de dinero. Su madre encontró el cuerpo inerte de su hija en la bañera la mañana del jueves, 2 de octubre. Desde ese momento las las televisiones han estado emitiendo especiales constantemente e incluso el gobierno se está planteando poner límites a los foros de internet, donde surgieron los rumores

Pero Choi no ha sido la única. Al menos media docena de populares intérpretes coreanos se han quitado la vida en los últimos dos años. Los casos de actrices son los que más han conmocionado al país.
 El drama del suicidio no está limitado a las grandes estrellas, más bien es al contrario, se ceba entre los jóvenes entre 20 y 30 años que no encuentran salida al estricto sistema social coreano. Fracasar en el examen de acceso a la universidad -en el que sólo dos universidades se disputan los futuros empleados de la élite Samsung, LG o Hyundai-, el paro y la soledad, han elevado el índice de muertes autoinflinjidas a 25 sobre 1.0000 habitantes, el mayor del mundo por delante de Japón o Finlandia. Yo, por mi parte, soy muy feliz aquí y a quien le entré la pena que me llame.



Choi Jin Sil. Actriz. 2 de octubre de 2008. 39 años


Jeong Da Bin. Actriz. 10 de febrero de 2007. 26 años



U'Nee. Actriz y cantante. 21 de febrero de 2007. 24 años




Lee Eun Ju. Actriz. 22 de febrero de 2005. 24 años

Tuesday, August 19, 2008

MEGUMI, UN FANTASMA DE 13 AÑOS

Megumi Yokota tenía trece años cuando desapareció. Su figura es un fantasma que atormentó a sus padres durante 10 años, justo cuando supieron que podría seguir viva en Corea del Norte, a donde dicen que llegó a bordo de un barco espía norcoreano tras haber sido secuestrada frente a la costa de una pequeña ciudad japonesa. Me atormenta la imagen de una niña en las bodegas de la nave, húmedas y oscuras, cruzando el mar rumbo a un país desconocido.
Megumi desapareció el 15 de noviembre de 1977 de la ciudad de Niigata, en la costa oeste nipona. La joven, en su uniforme de colegio, con camisa blanca, cargaba su raqueta de badminton y una mochila oscura, cuando se desvaneció. 

Ningún investigador pudo determinar la suerte de Megumi, hasta que otra mujer, Kim Hyon Hui, aseguró haber visto a la niña, ya mujer, en Pyongyang. Hyon Hui, nació dos años antes que Megumi, y tuvo una adolescencia plácida como hija de un diplomático norcoreano destinado a La Habana. Pero Kim Jong Il tenía otros planes para ella. Hyon Hui, una hermosa veinteañera, fue propuesta como agente encubierto. Hyon Hui recibió un completo entrenamiento con el fin de hacerse pasar por una ciudadana japonesa. El objetivo de su misión le fue revelado poco antes de acometerla: hacer estallar un avión de Korean Air con 115 personas a bordo en pleno vuelo.  Era el año 87. Megumi tenía 23 años

La trágica historia de estas dos mujeres se cruza en Pyongyang donde una joven Megumi, enseña japonés a Hyon Hui. Megumi ya se ha convertido en un fantasma, su alma atormentada le hace padecer graves depresiones. Tras diez años conviviendo con el régimen norcoreano ha cambiado su nombre por el de Eun Hae, pero no puede dejar de pensar en sus padres, en sus hermanos, en su oscura adolescencia es la fría Pyongyang, sola.

Tras las pistas aportadas por la espía, los padres de Megumi retomaron su lucha con más ímpetu. Pero las relaciones entre Corea del Norte y Japón no favorecían ningún acuerdo. Pyongyang negaba que Megumi Yokota fuera aquella profesora que mencionó la arrepentida y confesa Hyon Hui. Pero las evidencias parecían apuntar con más fuerza a que su hija fue secuestrada aquella tarde del otoño de 1977 por agentes norcoreanos, que posteriormente la embarcaron rumbo al país comunista. Al menos otros 13 ciudadanos japoneses habían sido secuestrados en fechas y modos similares.

Se dice que Megumi se casó en los 90 con Kim Yong-Nam un estudiante surcoreano que fue secuestrado también a finales de los 70, con 17 años. Según comentaría posteriormente Yong-Nam, desde el hotel cercano a la DMZ donde se organizan los encuentros entre familias de las dos Coreas, Megumi sufría graves depresiones que la llevaron al suicidio a lo pocos años de dar a luz a una hija, que hoy tiene 22 años y estudia en la Universidad Kim Il Sung de Pyongyang.

Los angustiados padres de Megumi aún seguían pidiendo ayuda al gobierno nipón cuando en 2002 se organizó una historica visita que reunió a los jefes de Estado de Japón y Corea del Norte en Pyongyang. Uno de los temas principales de la agenda entre Kim Jon Il y Koizumi era la liberación de los japoneses secuestrados. Finalmente, Pyongyang reconoció haber tenido bajo custodia a 13 ciudadanos nipones desaparecidos en Japón en la década de los 70. En la lista aparecía Megumi Yokota; la siguiente anotación tras su nombre era: fallecida en 1993 (posteriormente las autoridades norcoreanas dijeron que murió en la primavera de 1994). La familia Yokota recibió entonces un nuevo cúmulo de sorpresas. Tras el viaje le fueron entregadas pertencias de Megumi entre ellas tres fotos : en una aparecía de Megumi al poco de llegar a Corea del Norte.  Poco después llegaron sus cenizas que, tras pasar un inconcluyente análisis de ADN, no despejaron las dudas sobre su suerte. Su fantasma aún es un recuerdo que vaga un poco más al norte de donde me encuentro.

La mujer que dio las primeras pistas sobre el destino de Megumi, Kim Hyon Hui, ahora es libre. Dicen que sus principios y su fe en el comunismo se requebrajaron al salir de la sala de interrogatorios. Sus custodios la llevaron a conocer a Seúl y
desde la ventana del coche patrullla vio las luces de esta ciudad, el barullo de gentes y descubrió que la propaganda del Norte la había llevado a arriesgar su vida inútilmente.  Fue entonces cuando lo confesó todo, incluido el paradero de Megumi. Hyon Hui estaba viva de milagro después del complot que montó con otro agente secreto (un coreano de 70 años) para colocar una bomba camuflada en aquel vuelo de Korean Air que desapareció de los radares sobre el mar de Andamán. Ambos fueron capturados en Bahrein después de dejar el explosivo y desembarcar con pasaportes japoneses. Como habían sido entrenados, tomaron sendas dosis de cianuro para no dejarse interrogar, pero Hyon Hui sobrevivió.

En 1989 Hyon Hui fue condenada a muerte aunque con la llegada de la democracia a Corea fue perdonada.  Se sabe que se casó en 1997 y que vive bajo otro nombre y con protección por miedo a las represalias. Creó una familia al sur de Corea, en Gyonju, donde regentaba un restaurante japonés. Se rumorea que ahora reside en Seúl y que debido a sus remordimientos no ha conseguido vivir tranquila y que por ello se divorció.

Ambas mujeres son protagonistas de esta guerra irracional que aún da coletazos en esta zona del norte de Asia. Ambas se han convertido en fantasmas que todavía se mueven entre nosotros y que vienen y van, mientras la gente se pregunta, al igual que ellas, ¿cómo llegamos a esto?

Friday, August 1, 2008

MONGOLIA. EL REINO DEL CIELO

Si la naturaleza reclamase otra vez los dominios que se le enajenaron, pactaría un reino con el hombre y éste sería la vasta e impresionante Mongolia. La lluvia de la ciudad no puede dar de sí más que lo que le permiten los tejados. En Mongolia, una nube, sólo una, se convierte en un espectáculo de colores imponente, en una sombra gris que se mezcla con el sol, el cielo azul y la hierba verde y que cubre de brillos las briznas y las crines de las bestias, difuminando la luz en un sueño mortecino. En Mongolia, una sola colina es dueña de la estepa y es una torre donde se adora al viento que mece a los dioses. El hombre respeta su pacto con la omnipresente naturaleza y la vastedad de sus dominios de tierra, arena y pasto.

Ger in Lake



El camino es una línea que une a todos los habitantes de estas tierras y se le respeta . Nuestro conductor, un hombre corpulento, piel cobriza y de nuestra misma edad lo sabe. Cada vez que pasa por uno de esos montículos de piedras que mezclan tradiciones animistas y budistas, da tres bocinazos representando las tres vueltas al hito que se suelen dar para ganarse el favor de los dioses en el viaje. Estos altares de piedra recuerdan que si la naturaleza quiere todo se acaba, por eso los mongoles detienen la marcha, aportan al montón una nueva piedra en recuerdo y atan un pañuelo azul, símbolo de lo más divino y misterioso que alcanza la vista: el cielo de la estepa.

Nuestra furgoneta todo terreno atraviesa como un relámpago la llanura solitaria, dejando una nube de polvo por donde no ha pasado nadie en horas, días. Los niños aparecen a la orilla gritando, corriendo o cabalgando. Nos ofrecen airaig [ereg], leche fermentada en sus cabañas. El conductor frena la marcha, los mira, les vocea bromas y se ríe. Los chavales, vestidos con el traje tradicional le siguen el juego y al ver que no van a vender más airaig nos piden botellas vacías para preparar una nueva tanda de esta bebida nacional de sabor agrio.

Mientras conducimos atravesamos ríos, montañas, desiertos. Tanteando caminos que se entrecruzan dibujando en la pradera un manojo de nervios de arena, cruzamos rebaños de cabras, camellos, campos de lilas y pueblos fantasmas. Incluso, en nuestro paso raudo por entre las escasas colinas, sorprendemos a un pastor en el plácido momento de cagar. El hombre nos mira atónito, se gira y sigue despreocupado su tarea: él es el dueño de lo que le rodea, en kilómetros a la redonda no había nadie más hasta que pasamos nosotros con el ruido del motor y nuestro disco de hip-hop resonando en la llanura.
Una vez aquí se olvida el tiempo. Despertamos cuando se levanta el sol y dormimos cuando se pone, justo cuando la única bombilla de nuestra yurta (o ger) empieza a tintinear agotando las últimas chispas de la batería que alimenta una pequeña placa solar. Es entonces, cuando el mundo se para, los niños duermen, los animales se aprietan en el improvisado corral y los pocos lobos comienzan a buscar presas bajo un techo de estrellas.
A la mañana siguiente, el rocío trae los olores de la hierba y la letrina a 100 metros del ger es aún un cuartillo respetado por las moscas. La familia que nos acoge nos invita a desayunar y la intrépida Seggie nos explica el ritual. Primero nos ofrecen leche fresca, luego un trago de airaig nos despierta y para añadir sabor le hunden trozos de queso fermentado y seco. Tras este festín de leche con leche, nos ofrecen unos trozo de pan ázimo con algo de carne de cabra. El interior de la cabaña es una colección colorista de recuerdos, fotos, alfombras de fantasía, imágenes de Buda, el Dalai Lama y los antepasados. El cabeza de familia nos brinda entonces -en señal del mayor de los respetos- un pequeño tarro que contiene picadura de tabaco, nos invita esnifarlo, nos mira a los ojos, recibe el tarrito y hace una reverencia.
Describir Mongolia con palabras no sirve para nada, por lo que este texto es papel mojado. El atardecer frente al lago, el descenso hasta el cráter de un volcán o asistir a una clase de monjes en el sangrado monasterio de Kharakhorum no pueden ser recreados con palabras. Setecientos kilómetros de viaje a través de la estepa salpicada de cabañas, la desolación de Ulambator y las borracheras con vodka en pleno desierto no pueden ser adjetivadas y tan sólo los que estuvimos allí y la intrépida Seggie podremos evocarlo.
From EL ALEPH DESARMADO

De vuelta a Seúl, la ciudad oprime. Los horarios, las luces y el tráfico, te devuelven a la realidad cotidiana. Entonces, cogiendo el autobús hacia la oficina te preguntas, como pudimos atravesar media China, hacer noche en el camino, acabar en un pueblo fronterizo de contrabandistas y oportunistas y cruzar la frontera montados en un jeep ruso. De hecho, eso también nos lo preguntábamos una vez en el lado mongol de la aduana, en el preciso momento que nos dábamos cuenta que estábamos en pleno desierto del Gobi sin más certeza que saber que en alguna parte había un tren soviético que nos dejaría en la capital. Cuando llegué a la oficina tenía una resaca espantosa. La vuelta a Pekín desde Ulambator nos había dejado la última anécdota del viaje. La de aquel restaurante vacío en el cenaban unos amigos chinos, los mismo que nos pidieron que nos uniésemos a ellos y que en una hora nos habían emborrachado y empaquetado en un taxi rumbo al aeropuerto. Cuando recobre el conocimiento estaba de nuevo en el monstruoso Seúl con el sabor de boca de un viaje único y sin adjetivos en la maleta.




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DESVIANDO LA ATENCIÓN

Son muchas coincidencias. Tras el revuelo de meses levantado en Corea del Sur por la reanudación de las importaciones de vacuno mayor de 30 meses (suceptible de estar infectado por la enfermedad de las Vacas Locas), el cual obligó al presidente a pedir perdón en público dos veces y retroceder en sus planes por la presión de la calle, ahora el tema de discusión pública ha pasado a ser el de la soberanía de la Isla de Dokdo.

Las coincidencias responden a tres eventos básicos: las manifestaciones contra el gobierno por el vacuno americano, la bajísima popularidad del presidente coreano y la visita, el próximo martes 5 de agosto, de Bush a Seúl.

Dokdo, un islote en el extremo oriental de las aguas jurisdiccionales de Corea del Sur en el Mar del Este (también llamado de Japón, otro tema de discusión nacionalista y regional) es de facto de soberanía coreana. Cada vez más a menudo se escenifica un tira y afloja entre Tokio y Seúl para demandar sus derechos territoriales históricos sobre esos tres pequeños peñones.

Hace dos semanas, Seúl volvió a criticar por vía diplomática que Japón diga en sus libros de texto que Dokdo se llama Takeshima y que por lo tanto es territorio nipón -algo que hace cada vez que se va a abrir el curso escolar-.

Pero esta vez, en este lío entró a jugar un nuevo papel Estados Unidos. El departamento de geografía de la biblioteca del Congreso, en un giro inesperado, modificó la clasificación (un código de cifras y letras) de Dokdo y cambió su status soberano a no definido. A los dos días, el presidente de Estados Unidos pidió personalmente que se restituyese el código antiguo, justo 5 días antes de su visita a Seúl, que promete volver a llenar las calles de manifestantes. No obstante, esta vez, gracias a las coincidencias y a este fortuito incidente, ha ganado puntos entre la opinión pública coreana.



Algunas noticias motivadas por el tema de Dokdo:

http://www.koreatimes.co.kr/www/news/nation/2008/07/117_27686.html

http://english.donga.com/srv/service.php3?biid=2008080128218

Este vídeo-anuncio se exhibía en los cines antes de la película. Un famoso robot de animación acaba con los japoneses de una patada de taekwondo:



La publicidad también recurre al tema de Dokdo. Este anuncio de gaseosa se está emitiendo estos días:


Este es un anuncio de KTF, proveedor telefónico, que dice: "La tierra en la que funcionan los móviles japoneses es japonesa; donde funcionan los móviles coreanos es tierra coreana".

Este otro es de las pastillas Tylenol; dice, con el fondo de las protestas sobre Dokdo: "A 48 millones de coreanos les duele la cabeza"....yo me incluyo.

Saturday, June 28, 2008

The story of stuff (La historia de las cosas)

Interantísimo y didáctico vídeo en el que se explica el actual sistema de producción y consumo en 21 minutos. Debería verse en todas las escuelas. Para la versión en español, pasarse por Youtube. Un must-see. Para los exigentes: El guión del corto con sus fuentes


Sunday, May 18, 2008

TAILANDIA. LA FRUTA PROHIBIDA

Es de noche y los 36 grados de Bangkok nos golpean en la cara nada más salir del aeropuerto de Suvarnabhumi. La mafia del taxi nos da la primera vuelta de tuerca. La policía extorsiona a los taxistas que esperan en el aeropuerto para recoger a los incautos turistas, a los que con un poco de suerte se les puede sacar una carrera sin taximetro, pactando el precio de antemano. Paramos a un escandaloso coche rosa, acto seguido llega un todoterreno policial con un megáfono del que salen gritos en tailandés. El pobre taxista nos introduce a trompicones en el coche, mientras todavía discutimos el precio de nuestro viaje hasta el barrio de Sukhumvit. "200 bahts más si me para la policía, van en serio...mirad". Señala a un compañero al que le han puesto el cepo -ese taxi segirá en ese mismo lugar en todas nuestras idas y venidas a este aeropuerto durante el viaje-.
Bangkok se va acercando poco a poco, foto tras foto de los reyes, pórtico tras pórtico en honor a la familia real. Están por todas partes.

Llegamos a Sukhumvit, un hervidero de gente incluso un martes a las dos de la mañana. Todo el mundo bebe y come en la calle. Prostitutas, travestis, tenderos, vagabundos y occidentales rosados y obesos que alquilan su compañía y un gitarrista que les amenice la cena, queman las horas.

Es hora de partir para Krabi, al sur. El sol baña sin clemencia este estrecho de tierra que acaba en Malasia. Desde ahí subimos a un autobús atestado y luego a un bote tradicional que nos lleva a Ton Sai, una playa a la que no se puede acceder por tierra. En Ton Sai viven y se alojan gente de todo tipo: buceadores, escaladores, rastafaris, empleados de los pocos alojamientos de esta tranquila playa, etc. Este lugar es el paraíso: palmeras, aguas turquesas, sol, un horizonte de islas y riscos de calcita; y para más gozo: frutas de todo tipo, pescado y mariscos frescos.

Pero sin embargo, en diciembre de 2004, toda esta zona paradisiaca fue azotada por uno de los mayores desastres naturales de la historia reciente. El Tsunami, originado por un maremoto de 9.4 grados en el extremo oeste del mar de Andaman, dejó 225.000 muertos en 11 países, entre ellos, más de 8.000 en Tailandia, la gran mayoría en esta zona de la provincia de Krabi. No hay signos de la tragedia, no se la recuerda.

En la isla de Phi Phi, donde nos desplazamos al día siguiente, tan sólo los carteles de la ruta de evacuación y un puesto de bebidas en el que venden fotos de la tragedia recuerdan esa Navidad.

Nos marchamos de Phi Phi después de tres días de aguas cálidas, corales, cenas y fiestas en la playa. El día amanece lluvioso, no lo sabemos, pero son los coletazos del ciclón Nargis en el Golfo de Bengala. La tarde se torna tormentosa, tenemos que coger un barco que nos lleve de vuelta a Krabi. La lluvia caliente cae con fuerza y sólo nos quedan 5 minutos para que zarpe nuestro ferry a tierra firme. El muelle está repleto de gente, en su mayoría tailandeses, los empelados de las naves amarradas a ambos lados de la plataforma gritan para que los viajeros se apresuren. De repente, la gente corre para resguardarse lo antes posible del inisitente diluvio. Un hombre nos invita a saltar desde el muelle a cubierta lo antes posible, parece que todo ha terminado. "Krabi?". "No, Phuket". Phuket? Tenemos que salir de este barco cuanto antes, nuestro transporte se encuentra enfrente. Sin perder un segundo y empapados, corremos por entre un río humano en sentido opuesto, mientras nuestros equipajes se enredan en una marea de brazos y maletas. Finalmente, conseguimos alcanzar la pasarela del ferry con destino a Krabi, un puentecito de madera que da bandazos de un lado por el oleaje que impide al barco mantenerse estable. Hemos sido los últimos, no hay asientos en el interior, por lo que la mejor opción es sentarse en la cubierta de proa, con las piernas colgando por la borda y la maleta cubierta por un plástico impermeable. Es hora y media de travesía a través de un leve temporal, al que no le faltan olas que escoran el barco a estribor varias veces.

De nuevo en Bangkok, es turno de entrar en calor y conocer mejor la ciudad. Visitamos las cercanías del Palacio Real, aunque es 5 de mayo, el Día de la Coronación, y no se puede acceder a él. Desandando nuestro camino, algo nos llama la atención, todos los viandantes se han callado de repente y un silencio inusual enrrarece la avenida. Un policía nos hace señales con la mano mientras que un hombre vestido de amarillo -el color Real- nos ruega silencio con el dedo índice.Tras un intercambio de palabras sueltas en inglés entendemos que debemos detener la marcha y permanecer en silencio porque la comitiva Real va a pasar por ahí. Decenas de Mercedes beigh y rojos pasan uno a uno, mientras los tailandeses, pétreos, presentan sus respetos a la figura cuasi-divina del Rey Buhmibol y su esposa.


Sólo nos quedan unas horas más en este país. Saboreamos ese tiempo con una Shinghan entre las manos, haciendo repaso de todo lo que aquí no cabe. Cartel tras cartel, pórtico tras pórtico nos despedimos de Su Majestad camino al aeropuerto, donde aún descansa resignado el taxi inmóvil del primer día.

Tuesday, April 8, 2008

EL AÑO DE LA RATA


2008. China se está abriendo al mundo y este año parece ser clave para atisvar qué ocurrirá en el futuro del "gigante asiático".
Esa es la palabra: futuro. China está cargada de futuro y todos lo saben. El año de la rata ha entrado en Shanghai con una lluvia de fuegos artificiales y una euforia callejera llena de esperanza y dispendios.
La rata, en el calendario chino, es símbolo de astucia, inteligencia y anticipanción, un signo que llega cada doce años con su respectivo elemento asociado (tierra, metal, agua, madera o fuego). Este 3 de febrero, recibimos en las calles de Shanghai el año de la rata de tierra.
Los Juegos Olímpicos esperan a la vuelta de la primavera para rubricar la potencia china y su poderío. Hoy, en Shanghai, las mañanas de febrero son gélidas y húmedas. Las calles están llenas de montículos de nieve gris congelada y la polución es un velo decadente que desluce una vista de rascacielos futuristas en el horizonte. Justamente esta semana, un temporal de nieve ha dejado a medio país incomunicado y ha torcido las vacaciones de muchos chinos que migraron a la ciudad en busca de trabajo y que sólo disponen de estos días para regresar a sus pueblos. El caos, como todo en este país de multitudes, es monumental.
No se puede confiar todo a la astrología, pero los años de la rata asociados a la tierra y el fuego, suelen ser catastróficos según la tradición china. Este año, tan decisivo para la imagen de China en el mundo, cambiará el país.
De todas maneras, Shanghai ya ha cambiado. Las calles de la capital financiera del país comunista son un símbolo de prosperidad jalonada de carteles luminosos. Coca-cola, Pepsi, Samsung, Toyota, Carrefour vierten luces de colores sobre una masa de chinos que se va de compras entre los farolilllos rojos que anuncian el año nuevo. Paseamos por Nanjin Xi Lu, una de las principales calles comerciales de Shanghai. Furtivos vendedores nos asaltan con catálogos de falsificaciones, invitándonos a pasar a verlas a un lugar apartado.
Después de atravesar la Plaza del Pueblo y andar por las amplias calles del centro de Shanghai, llegamos por fin a la orilla del río Huang Pu desde donde se tiene una vista privilegiada de Pudong, un huerto de rascacielos que no paran de crecer y que hace no más de 15 años era un solar de casitas y caminos de tierra. De entre las torres destaca la Pearl TV, un edificio-antena, que se ha convertido en imagen de una nueva estética para Shanghai.
Aquel puerto francobritánico, en el que se gestó el Partido Comunista de China, fue una excepeción de libertinaje e influencia occidental en el Imperio Chino. Los burdeles proliferaban al lado de los fumaderos de opio y el contrabando animaba las tabernas de una ciudad dividida en concesiones internacionales, lo que le daba un aire de Torre de Babel. Durante la ocupación japonesa, Shanghai fue una triste sombra de egregios edificios coloniales usurpados por el Sol Naciente.
Hoy, Shanghai todavía se mantiene esa atmófera romántica, aunque es muy difícil agarrar esta ciudad con adjetivos. Por un lado, cosmopolita como antes; con sus miles de expatriados trabajando en ella. Por otro, tradicional, vieja; con barrios decrépitos. También con sus disitritos financieros y una modernidad sin parangón en Asia; grandes autopistas que se cruzan a varios niveles, entre los rascacielos de cristal más altos del mundo.
Al llegar a Shanghai quise pensar en 2046, la película del director chino Wong Kar Wai. También me recordó a ese futuro tan actual de Código 46, de Winterbotton, en el que Shanghai se ha convertido en una fortaleza multicultural en la que florecen grandes corporaciones y donde lo que hay más allá de las puertas de la ciudad es un desconocido "afuera". En ellas se funde el futuro con el pasado de la ciudad y se reiventa algo que podría dar como resultado esta metrópoli. Un mundo de contradiciones que la hacen única, aunque todavía estemos en 2008: el año de la rata.




Wednesday, February 20, 2008

LA ÚLTIMA FRONTERA DE LA GUERRA FRÍA

El pasado 8 de febrero 22 pescadores de ostras norcoreanos eran conducidos a Panmunjon por las autoridades de Corea del Sur en el mayor de los secretos después haber sido capturados en aguas surcoreanas. Allí, según Yonhap News, fueron transferidos al control del Ejército de Corea del Norte que a las pocas horas, sin distinción alguna de edad y sin juicio previo, los ejecutó a todos. La DMZ (Demilitarized Zone), esa herida abierta en mitad de la península coreana, sigue sangrando desde hace medio siglo. La línea de cuatro kilómetros de ancho que cruza el país de este a oeste entorno al paralelo 38 es hoy más que nunca un obstáculo para la reunificación. La diferencia entre ambas mitades es tan abismal que un éxodo del norte al sur colapsaría el país.

Observando desde el mirador de la montaña de Dorasan, en el extremo sur de la DMZ, se puede divisar Corea de Norte. Por primera vez, cubierto por una neblina blanca, se otéan las casas grises de Gaesong, todas iguales, algunos edificios de apartamentos del mismo gris ceniciento, un hombre en bicicleta vestido de negro. Las montañas peladas de árboles encuadran el aparente desolador panorama del país más aislado del planeta. Al noreste de Dorasan se puede divisar el asta más largo del mundo, del que entonces pendía una bandera norcoreana plegada por la falta de viento.
¡No apunten con el dedo hacia el lado norcoreano!, advertía el sargento Williams, un negro corpulento y bonachón que nos vigilaba desde la parte trasera del bus que nos conducía por la Joint Security Area de Panmunjon, el punto de encuentro de los negociadores del Norte y el Sur y controlado por Naciones Unidas. "Cualquier excusa puede ser utilizada en nuestra contra en posteriores negociaciones, no debemos provocarles". Señalarles con el dedo puede ser confundido con un soldado apuntando su arma.

La tensión es densa como la pose de los soldados surcoreanos; en la caseta donde se desarrollan las conversaciones de paz, permanecen firmes e inalterbales mientras todos nos fotografiamos con ellos frivolizando con el símbolo de la trágica separación de este país. Justo en el centro de la cabaña azul se divide el país con una línea invisible que cruza una mesa, una ventana y que deviene en un pequeño muro de hormigón en el exterior, el cual se extiende por la línea de demarcación atravesando bosques, montañas, ríos y se convierte en el mar en una tortuosa línea por la que las dos Coreas se reparten un racimo de islotes. Un metro en el interior de Corea del Norte es una experiencia que el guía nos invita a no dejar pasar.

Los símbolos son muy importantes en esta zona. El puente que conduce al norte y se se pierde en un desolador camino rodeado de arbustos, es llamado Puente de No Retorno por los surcoreanos, mientras que la senda por la que eran entregados los prisioneros al ejército de Naciones Unidas tiene el nombre de Puente de la Libertad.

Las banderas de ambas partes se alzan inmensas una frente a otra. Los guías surcoreanos recuerdan el hambre que pasan sus compatriotas del norte por confiar en la estúpida figura del lider, al que pintan como un loco gordito que vive en suntuosas mansiones gastando dinero en caprichos. Nuestro guía señala a uno de los puestos de vigilancia del norte y asegura que los militares visten ropas caras y que los habitantes de Gaesong son los más ricos del país. En lado meridional, pasamos cerca del último pueblo de Corea del Sur, un pequeño caserío de agricultores que cultivan pricipalmente ginseng y que por su especial situación llegan a cobrar 50.000 dólares anuales. Hace 20 años, nadie se hubiese aventurado a vivir en este paraje rodeado de campos minados ni por dicha cantidad.

Sin embargo, en la tienda de souvenirs aumenta la sensación de que, en parte, algo es simulado, que hemos asistido a una buena actuación de los soldados, con sus gafas Ray-Ban y su medido cambio de guardia, con el soldado norcoreano asomándose tras los prismáticos, esperando a que alguien le señale. El sargento Williams nos comenta que esas horas en las que los turistas se ausentan y se quedan solos ambos bandos frente a frente a una distancia inferior a 20 metros, no sucede nada. Todos guardan la misma compostura, la cara de enfado, observándose rencorosos. El sargento asegura que hablar con los norcoreanos es un grave delito ya que se exponen a su propaganda. Williams siente pena por ellos, porque no pueden expresarse libremente, aunque recuerda que en los días de verano se les ve esbozar una sonrisa mientras miran ansiosos con sus prismáticos a las turistas occidentales y sus grandes senos. ¡Todos somos humanos!, dice.