Sunday, May 18, 2008

TAILANDIA. LA FRUTA PROHIBIDA

Es de noche y los 36 grados de Bangkok nos golpean en la cara nada más salir del aeropuerto de Suvarnabhumi. La mafia del taxi nos da la primera vuelta de tuerca. La policía extorsiona a los taxistas que esperan en el aeropuerto para recoger a los incautos turistas, a los que con un poco de suerte se les puede sacar una carrera sin taximetro, pactando el precio de antemano. Paramos a un escandaloso coche rosa, acto seguido llega un todoterreno policial con un megáfono del que salen gritos en tailandés. El pobre taxista nos introduce a trompicones en el coche, mientras todavía discutimos el precio de nuestro viaje hasta el barrio de Sukhumvit. "200 bahts más si me para la policía, van en serio...mirad". Señala a un compañero al que le han puesto el cepo -ese taxi segirá en ese mismo lugar en todas nuestras idas y venidas a este aeropuerto durante el viaje-.
Bangkok se va acercando poco a poco, foto tras foto de los reyes, pórtico tras pórtico en honor a la familia real. Están por todas partes.

Llegamos a Sukhumvit, un hervidero de gente incluso un martes a las dos de la mañana. Todo el mundo bebe y come en la calle. Prostitutas, travestis, tenderos, vagabundos y occidentales rosados y obesos que alquilan su compañía y un gitarrista que les amenice la cena, queman las horas.

Es hora de partir para Krabi, al sur. El sol baña sin clemencia este estrecho de tierra que acaba en Malasia. Desde ahí subimos a un autobús atestado y luego a un bote tradicional que nos lleva a Ton Sai, una playa a la que no se puede acceder por tierra. En Ton Sai viven y se alojan gente de todo tipo: buceadores, escaladores, rastafaris, empleados de los pocos alojamientos de esta tranquila playa, etc. Este lugar es el paraíso: palmeras, aguas turquesas, sol, un horizonte de islas y riscos de calcita; y para más gozo: frutas de todo tipo, pescado y mariscos frescos.

Pero sin embargo, en diciembre de 2004, toda esta zona paradisiaca fue azotada por uno de los mayores desastres naturales de la historia reciente. El Tsunami, originado por un maremoto de 9.4 grados en el extremo oeste del mar de Andaman, dejó 225.000 muertos en 11 países, entre ellos, más de 8.000 en Tailandia, la gran mayoría en esta zona de la provincia de Krabi. No hay signos de la tragedia, no se la recuerda.

En la isla de Phi Phi, donde nos desplazamos al día siguiente, tan sólo los carteles de la ruta de evacuación y un puesto de bebidas en el que venden fotos de la tragedia recuerdan esa Navidad.

Nos marchamos de Phi Phi después de tres días de aguas cálidas, corales, cenas y fiestas en la playa. El día amanece lluvioso, no lo sabemos, pero son los coletazos del ciclón Nargis en el Golfo de Bengala. La tarde se torna tormentosa, tenemos que coger un barco que nos lleve de vuelta a Krabi. La lluvia caliente cae con fuerza y sólo nos quedan 5 minutos para que zarpe nuestro ferry a tierra firme. El muelle está repleto de gente, en su mayoría tailandeses, los empelados de las naves amarradas a ambos lados de la plataforma gritan para que los viajeros se apresuren. De repente, la gente corre para resguardarse lo antes posible del inisitente diluvio. Un hombre nos invita a saltar desde el muelle a cubierta lo antes posible, parece que todo ha terminado. "Krabi?". "No, Phuket". Phuket? Tenemos que salir de este barco cuanto antes, nuestro transporte se encuentra enfrente. Sin perder un segundo y empapados, corremos por entre un río humano en sentido opuesto, mientras nuestros equipajes se enredan en una marea de brazos y maletas. Finalmente, conseguimos alcanzar la pasarela del ferry con destino a Krabi, un puentecito de madera que da bandazos de un lado por el oleaje que impide al barco mantenerse estable. Hemos sido los últimos, no hay asientos en el interior, por lo que la mejor opción es sentarse en la cubierta de proa, con las piernas colgando por la borda y la maleta cubierta por un plástico impermeable. Es hora y media de travesía a través de un leve temporal, al que no le faltan olas que escoran el barco a estribor varias veces.

De nuevo en Bangkok, es turno de entrar en calor y conocer mejor la ciudad. Visitamos las cercanías del Palacio Real, aunque es 5 de mayo, el Día de la Coronación, y no se puede acceder a él. Desandando nuestro camino, algo nos llama la atención, todos los viandantes se han callado de repente y un silencio inusual enrrarece la avenida. Un policía nos hace señales con la mano mientras que un hombre vestido de amarillo -el color Real- nos ruega silencio con el dedo índice.Tras un intercambio de palabras sueltas en inglés entendemos que debemos detener la marcha y permanecer en silencio porque la comitiva Real va a pasar por ahí. Decenas de Mercedes beigh y rojos pasan uno a uno, mientras los tailandeses, pétreos, presentan sus respetos a la figura cuasi-divina del Rey Buhmibol y su esposa.


Sólo nos quedan unas horas más en este país. Saboreamos ese tiempo con una Shinghan entre las manos, haciendo repaso de todo lo que aquí no cabe. Cartel tras cartel, pórtico tras pórtico nos despedimos de Su Majestad camino al aeropuerto, donde aún descansa resignado el taxi inmóvil del primer día.