Friday, November 7, 2008

TURISMO EN TIERRA DE NADIE


Viajar es lanzarse a lo desconocido, a la incertidumbre de qué será lo que realmente descubriremos fuera de las líneas de esa guía que tenemos en nuestras manos. Pero en realidad la mayor parte de nuestro recorrido forma parte de una ruta planeada que muchos han andado ya y que, dinero mediante, se convierte en la forma más eficaz de meterse ese país en el bolsillo con los pocos días de que disponemos. 

No obstante, fuera de los límites de esa ruta y esas tablas de horarios, hay mucho más, algo que en esas dos semanas no nos dará tiempo a descubrir. Son las sombras de niños que se mueven al borde de las plantaciones de palmera y miran curiosos el coche veloz que nos lleva a ese enclave donde se concentran hombres y mujeres de tez blanca y cabellos rubios. 

El extremo oriental de Borneo es un destino turístico minoritario, sólo frecuentado por buceadores más o menos expertos. La parte malaya de la isla es un vergel sofocante deslucido por monótonas plantaciones de palmera para aceite. Semporna es una de las ciudades más orientales de la isla. La mezquita es el único edificio con un mínimo interés. Las niñas enfundadas en sus velos negros pasan sonrriéntes por entre los turistas, mientras que la lonja a nuestro lado hierve en una actividad frenética. 

De repente, tras el ya normal trasiego de coches con las banderitas de Malasia, aparece una furgoneta con cuatro hombre armados con fusiles. En ese momento recordamos lo que dice la guía: "En 2001, 20 personas, entre ellos varios turistas, fueron secuestrados por Abu Sayaf en Sipadam". Precisamente, la isla a la que tenemos pensado dirigirnos. Pero por el momento, no hay de que preocuparse. Vamos a nuestro hotel, buscamos nuestro club de buceadores y nos cenamos un pescado que hace poco nadaba cerca de nuestro palafito. 

Semporna, en la provincia de Sabah, es un pueblo de pescadores que viven sobre el mar. Sus barracas de madera y chapa se raciman a la orilla somera del Mar de las Célebes. Las aguas turquesas de la ciudad están plagadas de barcos muertos o agonizantes. Cerca de estos esqueletos de dinosaurios de madera, nadan los niños de Semporna; ellas, con velo, chapotean en las cálidas aguas de la bahía.

A la mañana siguiente cuando salimos al mar en busca de arrecifes, nos cruzamos con las pocas lanchas que llevan a los buceadores a sus puntos de inmersión. A veces aparece alguna fueraborda militar cargando ametralladoras y personal, pero lo más común son a las típicas piraguas monoplaza a motor de los habitantes de Semporna. 

Nosotros vamos a Sibuan, la isla de los niños. La isla es una almendra de arena blanca y escasas palmeras que se eleva unos metros del mar. Los habitantes, según nos contó luego una turista preguntona, eran inmigrantes filipinos del cercano archipiélago de Sulu. Los moradores de Sibuan viven es cabañas hechas con hojas de palmeras, aunque frente a ellos flota siempre su barco-casa en el que ondean banderas de vivos colores. Las niñas visten largas faldas y cubren su rostro con una arcilla blanca que las protege del sol. Es como ir 100 años atrás, lo único que nos une al presente son los utensilios de plástico y los buceadores, que se han convertido en una atracción para los niños que por un dólar suben a una palmera para brindarte un coco.

La última isla que visitamos fue Mantabuan una aunténtica isla desierta para Robinson Crusoe. Normalmente nadie se aventura a adentrarse en la isla, la playa es la zona más segura y nunca pasábamos más de 45 minutos en aquellos islotes, cercanos al territorio autónomo de Mindanao,  donde campan a sus anchas Abu Sayaf y el Frente Moro de Liberación. A veces nuestro instructor lo comentaba de pasada: somos muy pocos extranjeros aquí y no sería la primera vez que los secuestran para pedir un rescate. Nadie dice nada, nadie lo toma realmente en serio, este lugar es un paraiso. Isla adentro, destrás de la segunda línea de palmeras, un retén militar malayo nos observa tras sacos de arena, tampoco dicen nada, pero sigen apuntando con sus armas hacia el arrecife.



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