Sunday, January 27, 2008

LA RUTA JEMER

Precisamente la mañana que abandonaba Phon Penh camino de la frontera con Vietnam cientos de personas se manifestaban frente a la sede del Tribunal Internacional que investiga y juzga los crímes de los Jemere Rojos, un grupo comunista-maoísta que en tan sólo cuatro año en el poder asesinó una cuarta parte de la población de un país de 8 millones de habitantes y provocó otros tantos desplazados.

Los cráneos cruzados por balas son el mejor testimonio de aquella masacre, se apilan en la prisión de Tuol Sleng, un macabro museo que recrea las torturas a las que eran sometidos los prisioneros políticos. Las celdas, apenas aptas para que el presionero durmiera en posición fetal, no han sido tocadas desde entonces. Los manifestantes de aquella mañana pedían que por fin se compense su angustia y se castigue a los culpables, muchos de los cuales han muerto disfrutanto una tranquila senectud.

Al salir de Tuol Sleng se levanta la prohibición de reir, pero no quedan ganas. Unos cuantos hombres con las extremidades amputadas por las minas terrestres piden limosna, dólares preferiblemente. Al otro lado de la acera nos espera nuestro conductor, sentado en el Tuk-tuk. Corremos, culpables.

Phon Penh fue una hermosa capital colonial, brillante bajo el sol tropical, como una joya del imperialismo francés en Campuchea. Al acercarnos a ella por el único puente que la une con la otra orilla del Mekong (construido con la ayuda del gobierno japonés), la desolación se hace más palpable, el caos, el ruido y la suciedad se amplifican con el calor de diciembre.

Décadas de guerra han dejado hondas brechas en las calles, en la gente. Los todoterrenos de la ONU dejan más claro aún que este país empieza poco a poco su recuperación después del trauma de las guerras que sucedieron a la independencia.

En la frontera con Vietnam, en el paso terrestre de Moc Bai, me vino a la mente la odisea que pasé para conseguir renovar el visado que me permitiese regresar a Ho Chi Minh. Fue en Phon Pehn....nada más llegar a la estación cojo mi equipaje del baúl del autobús, observo el caos de motoristas que se ofrecen a llevarte sonriéndote, sudorosos, con una afectada simpatía. Un motorista enviado por el hostal nos espera, todos los demás se van a darse una ducha. Son las tres de la tarde de una Nochebuena tórrida, asfixiante...Extranjero es símbolo de solvencia en este país, así que pido al motorista que me lleve a la Embajada vietnamita, al otro lado de la ciudad. Shiad arranca su moto, tras indicar a los demás un tuk-tuk de confianza para ir al hostal. Vamos volando del sur al norte. Rodeándonos: más motos, tuk-tuks, un caos de carros y gente; vendedores, pícaros, niños y todoterrenos japoneses último modelo. En los cruces, indico con la mano nuestro giro y golpeo la chapa de los coches para que sepan que allá vamos. No fue tan difícil conseguir el visado...

De camino a Ho Chi Minh, todo son cabañas de hojas de palmera y caña, arrozales y bombas de agua manuales. Es como estar en un escenario de Platoon, pero sin napalm. Pocas cosas han cambiado...las bombas de agua, me figuro.

Angkor era parecido. El centro espiritual del país, un milenario conjunto de templos en medio de la selva que sobrecoge por su monumentalidad. Los niños venden artesanías, los locales viven del turismo haciendo gala de su multilingüismo y de su hermosa tierra. Los menos afortunados aún se dedican a la pesca. Cerca de Angkor está Tonle Sap, el lago más grande de Asia del Sur, un prodigio de fertilidad similar al Nilo, que se nutre de un extraño fenómeno que hace retroceder las aguas del Mekong hacía el lago. Allí decenas de pequeñas aldeas flotantes bregan con las enfermedades y la pobreza entre aguas cada vez más mefíticas. Los niños nadan, las madres preñadas venden bananas y los turistas hacemos fotos pensando que en pocos días podremos, por fin, cruzar la frontera.
FLOATING VILLAGE IN TONLÉ SAP

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