Tuesday, April 8, 2008

EL AÑO DE LA RATA


2008. China se está abriendo al mundo y este año parece ser clave para atisvar qué ocurrirá en el futuro del "gigante asiático".
Esa es la palabra: futuro. China está cargada de futuro y todos lo saben. El año de la rata ha entrado en Shanghai con una lluvia de fuegos artificiales y una euforia callejera llena de esperanza y dispendios.
La rata, en el calendario chino, es símbolo de astucia, inteligencia y anticipanción, un signo que llega cada doce años con su respectivo elemento asociado (tierra, metal, agua, madera o fuego). Este 3 de febrero, recibimos en las calles de Shanghai el año de la rata de tierra.
Los Juegos Olímpicos esperan a la vuelta de la primavera para rubricar la potencia china y su poderío. Hoy, en Shanghai, las mañanas de febrero son gélidas y húmedas. Las calles están llenas de montículos de nieve gris congelada y la polución es un velo decadente que desluce una vista de rascacielos futuristas en el horizonte. Justamente esta semana, un temporal de nieve ha dejado a medio país incomunicado y ha torcido las vacaciones de muchos chinos que migraron a la ciudad en busca de trabajo y que sólo disponen de estos días para regresar a sus pueblos. El caos, como todo en este país de multitudes, es monumental.
No se puede confiar todo a la astrología, pero los años de la rata asociados a la tierra y el fuego, suelen ser catastróficos según la tradición china. Este año, tan decisivo para la imagen de China en el mundo, cambiará el país.
De todas maneras, Shanghai ya ha cambiado. Las calles de la capital financiera del país comunista son un símbolo de prosperidad jalonada de carteles luminosos. Coca-cola, Pepsi, Samsung, Toyota, Carrefour vierten luces de colores sobre una masa de chinos que se va de compras entre los farolilllos rojos que anuncian el año nuevo. Paseamos por Nanjin Xi Lu, una de las principales calles comerciales de Shanghai. Furtivos vendedores nos asaltan con catálogos de falsificaciones, invitándonos a pasar a verlas a un lugar apartado.
Después de atravesar la Plaza del Pueblo y andar por las amplias calles del centro de Shanghai, llegamos por fin a la orilla del río Huang Pu desde donde se tiene una vista privilegiada de Pudong, un huerto de rascacielos que no paran de crecer y que hace no más de 15 años era un solar de casitas y caminos de tierra. De entre las torres destaca la Pearl TV, un edificio-antena, que se ha convertido en imagen de una nueva estética para Shanghai.
Aquel puerto francobritánico, en el que se gestó el Partido Comunista de China, fue una excepeción de libertinaje e influencia occidental en el Imperio Chino. Los burdeles proliferaban al lado de los fumaderos de opio y el contrabando animaba las tabernas de una ciudad dividida en concesiones internacionales, lo que le daba un aire de Torre de Babel. Durante la ocupación japonesa, Shanghai fue una triste sombra de egregios edificios coloniales usurpados por el Sol Naciente.
Hoy, Shanghai todavía se mantiene esa atmófera romántica, aunque es muy difícil agarrar esta ciudad con adjetivos. Por un lado, cosmopolita como antes; con sus miles de expatriados trabajando en ella. Por otro, tradicional, vieja; con barrios decrépitos. También con sus disitritos financieros y una modernidad sin parangón en Asia; grandes autopistas que se cruzan a varios niveles, entre los rascacielos de cristal más altos del mundo.
Al llegar a Shanghai quise pensar en 2046, la película del director chino Wong Kar Wai. También me recordó a ese futuro tan actual de Código 46, de Winterbotton, en el que Shanghai se ha convertido en una fortaleza multicultural en la que florecen grandes corporaciones y donde lo que hay más allá de las puertas de la ciudad es un desconocido "afuera". En ellas se funde el futuro con el pasado de la ciudad y se reiventa algo que podría dar como resultado esta metrópoli. Un mundo de contradiciones que la hacen única, aunque todavía estemos en 2008: el año de la rata.