Sunday, January 27, 2008

TOKYO: LA METRÓPOLIS

Todas las ciudades están contenidas en Tokio, todo lo que otras no se atreven a ser, Tokio lo es. Todas las historias de ciudad han sucedido y sucederán en Tokio.

Renovada por completo tras la guerra, Tokio se ha inventado a sí misma. Los edificios de platino inmensos e impecables y las autovías que cruzan la ciudad a varios niveles son la alegoría de la ciudad del futuro, un monstruo gigante en el que todos pueden perderse o alcanzar la gloria.

Nadie es raro en Tokio, nadie te juzgará por tu apariencia o tu secretas aficiones, es una intromisión demasiado grande en Japón. Los japoneses son tímidos, hospitalarios y respetuosos, pedir perdón y saludar es normalmente lo mismo.

La ciudad, los mini-apartamentos, los millones de vecinos mudos son una pesada losa de la que los japoneses quieren escapar dejando volar su imaginación. La excentricidad japonesa nos golpeó nada más pisar Tokyo Station en el lujoso distrito de Giza, en un internet-comic-cafe. Estos locales son puntos de encuentro de los adolescentes tokiotas, allí leen manga, navegan por internet, ven películas, comen, duermen y hacen el amor. Eran las siete de la mañana y desde luego era el mejor lugar para dormir, ver porno o tomar un café gratis...así es en Tokio.

Encontrar tu destino en el remolino de vidas de Tokio es el mayor de los desafíos. Para ello, los tokiotas se despiertan cada mañana y toman la determinación de hacer todo con la mayor de las dedicaciones. Como dijo Borges: cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en el que el hombre sabe para siempre quién es. Ese instante es el que millones buscan en esta ciudad. En Harajuku las tribus se congregan, grupos homogéneos a los que poder atarse. Para diferenciarse los unos de los otros, eligen su uniforme: hip hop, goticos, muñecas...Dan color a Tokio.

Otros ya han dejado de buscar destino alguno. Las rígidas normas familiares, la frustración en esta cultura del trabajo y el sacrificio le has llevado a recrearse secretamente en vicios individualistas que les hacen la vida más llevadera. En el barrio de Shinjuku se puede elegir la chica que quieres que te acompañe a beber, también observar por una mirilla el baile de una mujer desnuda o comprar ropa interior usada. Mientras, en Shibuja, el ensordecedor chirrío musical del Patchinko no te permite comprender por qué razón se pasan horas y horas frente a esas maquinas de luces esquizofrénicas con el único fin de ganar un paquete de tabaco. El juego del Patchinko, que ha hecho furor entre los japoneses, es una incomprensible sucesión de luces y bolas de metal que se pasean por un laberinto . Los ancianos con la mirada fija y sus máscaras blancas pulsan botones y accionan palanca, mientras un ruido insoportable les descompone en entendimiento. Es tan rentable y popular, que uno de los mayores proveedores de este juego ahora dispone de varias redes del metro de Tokyo y un imperio de empresas y fundaciones.

Por la noche, los cuervos de Tokio dejan de graznar; las luces de los letreros luminosos y las pantallas ayudan a que se asiente la sensación de encontrarse en el futuro. Disfraces, peinados irreverentes y una sucesión de modelos de una originalidad inédita se cruzan a tu paso. Mientras, sobret tu cabeza traquetean trenes, metros, coches, taxis de colores y vuela la afilada balncura del Shinkansen (el tren bala). Música, grandes imágenes de mujeres-anuncio y el ruido completan la escena.

Tokio esta llena de refugios; para tímidos trabajadores de oficina, adolescentes enamorados del Anime, compradores compulsivos...pero también para gente cansada del ritmo frenético de las calles. Existen locales de jazz, oscuros y escondidos en callejones, en los que una atmósfera Beatnik y brumosa ayuda a sumergirse en un mundo de ensoñaciones y relajación. A estos bares la gente va sola, se sienta, enciende un cigarillo, cierra los ojos y deja que su cuello siga el ritmo de John Coltrane, deseando encontrase en otro lugar, lejos del masificado Tokio, lejos de la Metrópolis, un lugar desconocido que ni si quiera existe o que se comió el pasado.

GRACIAS, GUIRIS!!!

Supongo que fuera de Corea se sabrá muy bien lo que pasó el pasado diciembre con aquel petrolero que colisionó con otro barco provocando el mayor vertido de crudo de la historia del país. Lo digo porque aquí la noticia no fue tan aireada como en el El País, la BBC o el NYT, subiendo el tema a portada. Aquella semana para la prensa coreana era más importante cubrir la fuga de un hombre que había matado a un soldado, robándole dos fusiles. El vertido seguía en un segundo plano después de que hubiese afectado la reserva marítima más importante de Corea.

Cierto es que la cobertura mediática no fue la más esperada para alguien que vio lo que pasó con el Prestige en España. Sin embargo, la reacción para limpiar el vertido fue muy rápida.


Cuando Manolo, Ga Young y yo llegamos a la zona ya habían abierto caminos en las colinas de la costa y hasta habían construído un helipuerto. Había pasado un mes y la costa de la región de Taean aún olía a queroseno y salitre. Una vez el autobús alcanzó lo alto de la colina pudimos observar la belleza del lugar, rodeado de bosques sobre la escarpada orilla. Todo hubiese encajado de no haber sido por lo negro de las rocas. Estabamos en zona militar, jeeps y grupos de soldados iban arriba y abajo junto con los voluntarios venidos de todas partes....eso sí, todos coreanos. Manolo y yo eramos los únicos extranjeros y por eso nos dedicaban saludos y miradas curiosas mientras limpiábamos las rocas, el trabajo más frustrante e inútil de mi vida.
Una semana después Ga Young nos dijo que ese reconocimiento había trascendido y que aparecíamos en la paágina web de una televisión privada que organizaba viajes a la zona. En el reportaje en coreano, aparecemos limipiando denodadamente, sobre un pie de foto que dice: Voluntarios extranjeros también vinieron a limpiar. Gracias!!!

LA RUTA JEMER

Precisamente la mañana que abandonaba Phon Penh camino de la frontera con Vietnam cientos de personas se manifestaban frente a la sede del Tribunal Internacional que investiga y juzga los crímes de los Jemere Rojos, un grupo comunista-maoísta que en tan sólo cuatro año en el poder asesinó una cuarta parte de la población de un país de 8 millones de habitantes y provocó otros tantos desplazados.

Los cráneos cruzados por balas son el mejor testimonio de aquella masacre, se apilan en la prisión de Tuol Sleng, un macabro museo que recrea las torturas a las que eran sometidos los prisioneros políticos. Las celdas, apenas aptas para que el presionero durmiera en posición fetal, no han sido tocadas desde entonces. Los manifestantes de aquella mañana pedían que por fin se compense su angustia y se castigue a los culpables, muchos de los cuales han muerto disfrutanto una tranquila senectud.

Al salir de Tuol Sleng se levanta la prohibición de reir, pero no quedan ganas. Unos cuantos hombres con las extremidades amputadas por las minas terrestres piden limosna, dólares preferiblemente. Al otro lado de la acera nos espera nuestro conductor, sentado en el Tuk-tuk. Corremos, culpables.

Phon Penh fue una hermosa capital colonial, brillante bajo el sol tropical, como una joya del imperialismo francés en Campuchea. Al acercarnos a ella por el único puente que la une con la otra orilla del Mekong (construido con la ayuda del gobierno japonés), la desolación se hace más palpable, el caos, el ruido y la suciedad se amplifican con el calor de diciembre.

Décadas de guerra han dejado hondas brechas en las calles, en la gente. Los todoterrenos de la ONU dejan más claro aún que este país empieza poco a poco su recuperación después del trauma de las guerras que sucedieron a la independencia.

En la frontera con Vietnam, en el paso terrestre de Moc Bai, me vino a la mente la odisea que pasé para conseguir renovar el visado que me permitiese regresar a Ho Chi Minh. Fue en Phon Pehn....nada más llegar a la estación cojo mi equipaje del baúl del autobús, observo el caos de motoristas que se ofrecen a llevarte sonriéndote, sudorosos, con una afectada simpatía. Un motorista enviado por el hostal nos espera, todos los demás se van a darse una ducha. Son las tres de la tarde de una Nochebuena tórrida, asfixiante...Extranjero es símbolo de solvencia en este país, así que pido al motorista que me lleve a la Embajada vietnamita, al otro lado de la ciudad. Shiad arranca su moto, tras indicar a los demás un tuk-tuk de confianza para ir al hostal. Vamos volando del sur al norte. Rodeándonos: más motos, tuk-tuks, un caos de carros y gente; vendedores, pícaros, niños y todoterrenos japoneses último modelo. En los cruces, indico con la mano nuestro giro y golpeo la chapa de los coches para que sepan que allá vamos. No fue tan difícil conseguir el visado...

De camino a Ho Chi Minh, todo son cabañas de hojas de palmera y caña, arrozales y bombas de agua manuales. Es como estar en un escenario de Platoon, pero sin napalm. Pocas cosas han cambiado...las bombas de agua, me figuro.

Angkor era parecido. El centro espiritual del país, un milenario conjunto de templos en medio de la selva que sobrecoge por su monumentalidad. Los niños venden artesanías, los locales viven del turismo haciendo gala de su multilingüismo y de su hermosa tierra. Los menos afortunados aún se dedican a la pesca. Cerca de Angkor está Tonle Sap, el lago más grande de Asia del Sur, un prodigio de fertilidad similar al Nilo, que se nutre de un extraño fenómeno que hace retroceder las aguas del Mekong hacía el lago. Allí decenas de pequeñas aldeas flotantes bregan con las enfermedades y la pobreza entre aguas cada vez más mefíticas. Los niños nadan, las madres preñadas venden bananas y los turistas hacemos fotos pensando que en pocos días podremos, por fin, cruzar la frontera.
FLOATING VILLAGE IN TONLÉ SAP

Tuesday, January 1, 2008

YOU MOTORBIKE SIR?

En la terraza del Hotel Rex el sofocante calor de Saigón parece disiparse lentamente frente a una vista de hoteles y tiendas con las cornisas repletas de la nieve artificial de la decoración navideña. El café Sua Da helado también ayuda a olvidar por un momento el bullicio de las calles del centro donde una marea de motos, peatones y vendedores callejeros se mezclan en un caos en el que reina un orden y ritmo inexplicables. Este hotel fue alquilado en exlusiva para las fuerzas armadas norteamericanas durante la guerra. Si se deja jugar a la imaginación, puedes ver a unos cuantos soldados de permiso disfrutando de una cerveza fría sobre las cabezas de los vietnamitas del sur donde se cocina un ruido de claxons, complots y masajes con prostitutas. Los helicópteros van y vienen del frente.


De todas formas, eso queda muy lejos ya. Gucci, Louis Vuiton y el Hyatt han colonizado las principales calles de Saigón y la estatua de acero Ho Chi Minh (El Tío) está plantada frente al antiguo palacio de gobierno de los franceses. Las banderas con las hoz y el martillo ondean en los edificios gubernamentales y la embajada de Estados Unidos (desde donde partieron los últimos nortemaricanos tras la caída de Saigón) se ha renovado casi por completo.

Salir a la calle en Saigón o Ho Chi Minh City (como se prefiera) es una odisea. Se estima que hay tres millones de motos en la ciudad y en ellas se puede llevar casi cualquier cosa: a los tres miembros de la familia, maletas, cajas y si te pones hasta un colchón.


En Asia siempre serás y parecerás un extranjero, sin ojos rasgados no hay lugar a dudas. Por eso, en Saigón, no puedes evitar que todos te persigan para venderte algo. En una calle atestada de gente te rodean y mientras andas te llaman con ademanes, te gritan; los taxistas desde la calle pitan y te invitan a subir y los mototaxis te cortan el paso para preguntarte en Vietglish:


- You motorbike sir?
- No, thanks (dudar dos segundos antes de decirlo es la perdición)
- You want city tour, museum, shopping, massages, girls...?
- Where are you from?
- I'm from Spain
- Spain? Where are you going?
- I'm just walking around
- Where?
- Joder
- Amigo!!!